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miércoles, 8 de abril de 2015

Diigo: seis razones para su uso y un tutorial


Ya he hablado en varias ocasiones en este blog de la importancia de que los docentes asumamos el rol de curador de contenidos (como por ejemplo en este post, o en este otro). Es imprescindible desarrollar estrategias para seleccionar las fuentes más fiables y de más valor de la red y, de paso, debemos saber transmitir al alumnado esas habilidades para que aprendan a discriminar la información adecuada de la que no lo es. Si además somos capaces de desarrollar en los alumnos y alumnas un espíritu crítico que evite que traguen con cualquier información que encuentren en la red, estaremos educando a internautas responsables para el futuro.
Para organizar la información de la red, una vez hemos seleccionado fuentes de interés, debemos hacer uso de lo que se conoce como "panel de recuperación", que está formado por herramientas que nos facilitan la organización de los diferentes sitios mediante la clasificación. Podemos encontrar varios servicios para optimizar este panel. Unas herramientas básicas del panel de recuperación son las llamadas de marcadores sociales, aquellas que sirven para guardar tus sitios favoritos para su posterior consulta. Son herramientas que pueden servir para crear una biblioteca personal de fuentes on line (e incluso algunos servicios ofrecen la posibilidad de integrar en tus listados de fuentes documentos off line) que te permita la consulta de artículos de manera ágil.
A mi me gusta recomendar Diigo como marcador social por las siguientes seis razones:

  1. Te permite organizar los diferentes sitios seleccionados en una biblioteca on line a la que puedes recurrir cuando lo necesites.
  2. Puedes añadir referencias off line (como documentos en PDF que tengas en alguna carpeta local de tu ordenador) y subirlo a tu biblioteca.
  3. El uso de una extensión que se instala en tu navegador, facilita la recopilación de fuentes.
  4. Diigo no se limita a recopilar fuentes. También te permite subrayar lo más interesante de los artículos que guardes y añadir notas.
  5. Se puede usar como una red social en la que puedes seguir a las personas que te puedan influir, y puedes ser seguido por otros. Puedes consultar, así, la biblioteca de otros usuarios de Diigo que te puedan interesar.
  6. Existe una opción exclusiva para el profesorado (lo que Diigo llama la versión K12) que ofrece funcionalidades específicas para el profesorado, como crear grupos para tus alumnos (incluso para alumnado que no disponga de correo electrónico, lo cual es muy práctico para trabajar con menores).
He realizado un tutorial en el que explico cómo usar esta herramienta y ofrezco consejos de uso. Espero que os resulte interesante.


lunes, 30 de marzo de 2015

¿Son las TIC un factor de exclusión social?


Estoy colaborando con Cáritas de Elche gestionando un proyecto de e-learning que culminará (espero que en breve) con la puesta en marcha de una plataforma de formación y un catálogo de cursos on line dirigidos tanto a trabajadores y voluntarios de la organización como a usuarios. Cuando me acerco a la sede de Cáritas compruebo la importante labor de integración que hacen sus profesionales con las personas con las que trabajan.
A menudo me pregunto qué habrá podido llevar a cada una de esas personas con las que me cruzo a quedar excluidos de la sociedad. Y después de trabajar un tiempo allí, estoy dándome cuenta de que la pobreza no es, ni mucho menos, el único factor de exclusión. Adicciones de todo tipo, desempleo, enfermedades mentales o de cualquier otro tipo y un largo etcétera de motivos pueden llevar a las personas a quedar fuera del sistema, con todos los problemas que ello conlleva.  De hecho, los factores de exclusión van cambiando con el tiempo y hoy se empiezan a tomar en consideración algunos que antes no existían. Muchos de esos factores (yo diría que la mayoría, por no decir todos), pueden ser atajados por una educación adecuada, y ahí los docentes tenemos mucho que aportar. ¿De qué manera?

Hoy en día en la docencia no nos centramos tanto en los contenidos como en las competencias que queremos que adquiera nuestro alumnado. Hoy podemos tener acceso a (prácticamente) cualquier contenido, pero lo importante es saber (y enseñar) qué hacer con ellos y no ya memorizarlos. Saber qué hacer con esos contenidos es básico para los actuales paradigmas en pedagogía. De hecho hay una serie de competencias consideradas como clave que (como define la propia ley) es lo que debe haber adquirido un alumno o alumna durante la educación obligatoria. En realidad esta no es una buena definición de competencia clave, pues he visto a compañeros renunciar a trabajar estas competencias  en etapas postobligatorias, como la FP, argumentando que la ley no les obliga. Yo, sin embargo pienso que las competencias clave que no dejan de ser necesarias después de la ESO y no hay que ser muy sagaz para ver que, en muchos casos, nuestros alumnos tienen carencias en esos aspectos. Pero más allá de cuando trabajarlas (y cuando dejar de hacerlo), ¿qué es una competencia clave? La Unión Europea las define como “aquéllas que todas las personas precisan para su realización y desarrollo personales, así como para la ciudadanía activa, la inclusión social y el empleo”. Quiere eso decir que, alguien que no  las adquiera no va a poder desarrollarse personalmente e incluso van a correr el riesgo de quedar excluido.  Dicho de otra manera: si conseguimos que nuestros alumnos y alumnas dispongan de unas buenas competencias clave,  se desarrollarán plenamente como personas y se evitará así - en gran parte-la exclusión social.

Recordemos que una de estas competencias clave es la competencia digital. ¿Y qué competencias digitales tienen (algunos de) nuestros alumnos? Muchos de ellos presentan muchas carencias en este ámbito. Es verdad que ante el fácil acceso a dispositivos, se suelen manejar con cierta agilidad en algunas aplicaciones. Pero a parte del uso ocioso de sus móviles, muchos de nuestros alumnos no saben qué hacer con ellos. Ya sabemos que pertenecer a la generación de lo que algunos llaman “nativos digitales” no es garantía de hacer un uso adecuado de las tecnologías. Y si tenemos en cuenta de que el mal uso de las TIC va a ser (y de hecho ya lo es) un factor de exclusión social, debemos tomarnos muy en serio el desarrollo de las competencias digitales. Eduquemos, por tanto al alumnado en estas competencias para evitar la brecha digital que les pueda privar de oportunidades.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Cómo digerir la red de redes



El otro día impartí en Torrevieja una charla sobre la identidad digital de los docentes, en el transcurso de las Jornadas "Integrar las redes sociales en educación: riesgos y posibilidades". Una de las docentes que asistió a la charla me comentaba que no se sentía cómoda teniendo presencia en la red, pues cada vez se movía peor por ella. Conversando con aquella profesora, le hice ver que hoy en día es imprescindible disponer de unas adecuadas competencias digitales (no en vano ésta es una de las consideradas como clave). Sin ellas, se corre el riesgo de quedar excluido de cualquier episodio en el que participemos. Y, sin duda, tenemos que educar en esas competencias a nuestros alumnos para evitar que vayan a ser ellos los excluidos.

Uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos los internautas es el de saber cómo digerir la gran cantidad de contenidos que circulan en la red. A la hora de buscar una información determinada, si no dispones de las competencias digitales adecuadas corres el riesgo de saturarte ante tal cantidad de datos. O lo que es más grave: es posible que al final te quedes con los contenidos menos fiables y de peor calidad. Por eso uno de los roles que debemos desempeñar los docentes es el de curador de contenidos. El content curator (en una traducción libre se suele utilizar en español el término “curador de contenidos”) es una persona que es capaz de asesorar sobre qué información es relevante (y cuál no lo es) sobre un ámbito determinado. El curador de contenidos se dedica a hacer una selección personalizada y de calidad sobre el medio en el que desempeña su trabajo facilitando así la el acceso a contenidos.
El docente debe desempeñar este papel, y sería ideal que, de paso, consigamos enseñar a nuestro alumnado a discriminar cuál es la información que interesa de aquella que no es adecuada. Aquél alumno que consiga realizar una gestión responsable y crítica de los contenidos que circulan en la red va a tener más garantías de éxito. Si se mueve de forma adecuada en las redes, descartando contenidos de poco valor y centrándose en los realmente relevantes, será más fácil que demuestre su madurez y que termine destacando.
Muchas veces pedimos a nuestros alumnos que se documenten sobre un tema determinado y, metafóricamente, les pasa como muy gráficamente dice Mitch Kapor, que se sienten como tratando de beber un traguito de un surtidor de una boca de incendios del que sale agua a borbotones. Y esto es lo que le pasaba a la profesora a la que hago referencia al principio del post. Y ¿qué ocurre ante tal saturación de información? Pues que es muy probable que al final te termines quedando con la primera información que encuentras, aunque sea poco fiable. Si no damos al alumnado las pautas adecuadas, si no les enseñamos los sitios en los que pueden confiar y si no les enseñamos a usar las herramientas adecuadas, muy probablemente terminen arrollados por el gran caudal de información y sufran las consecuencias de la infoxicación.



Si queremos evitar la sobrecarga informativa y que en el futuro nuestros alumnos y alumnas no sean más que unos ignorantes que tragan con cualquier cosa, debemos dotarles de herramientas y lugares de interés de donde nutrirse de información. Muchas son las aplicaciones y herramientas que hoy en día nos ayudan a discriminar esa información. Las propias redes sociales –como twitter, por ejemplo- ya nos ayudan a acotar, pues permiten poner el foco en lo que dicen nuestros followers y nos podemos olvidar de los demás. Como docentes nos tenemos que hacer con las herramientas que más se ajusten a nuestras necesidades y ponerlas a trabajar para, así, convertir la red, tan inmensa e inabarcable, en un espacio acotado, fácil de asumir, en donde sea sencillo moverse.
Pero entre todas ellas, hay dos tipos de herramientas que son imprescindibles para comenzar a curar contenidos: me refiero a los lectores de rss y a las herramientas de gestión de marcadores sociales. Entre los lectores de rss destaca Feedly. Es un programa que se ocupa de organizar y ofrecer acceso a todas las noticias y actualizaciones de las páginas, blogs u otros sitios que decidas seguir. Con Feedly pasas de navegar en internet a moverte en exclusividad por tu propia red personal que obviamente es más abarcable.
Entre los servicios de gestión de marcadores sociales, yo me quedo con Diigo. Esta aplicación nos va a permitir guardar nuestros “favoritos” de manera ordenada y nos facilita la productividad.
Con estas dos herramientas ya podemos comenzar a digerir la información de la red, desechando esos contenidos inservibles que no hacen más que desviar la atención.

Crédito de la foto de cabecera: Imagen con licencia CC0

miércoles, 28 de enero de 2015

La taxonomía de Bloom para organizar app



Las actuales tabletas son el fruto del perfeccionamiento de un producto que ha ido evolucionando durante años e incluso décadas. El 2010 fue el año de su explosión comercial, sobre todo gracias a la presentación del iPad de Apple y de la GalaxyTab de Samsung.
En poco más de cinco años, el uso de tabletas se ha generalizado de forma extraordinaria. Es  principalmente en el ámbito personal donde más éxito han tenido. Un informe de 2013 elaborado por la UNIR indica que los usuarios suelen usar sus tablets por la tarde en el sillón y por la noche en la cama. Además, los más jóvenes la usan también en el baño. En aquella encuesta, cerca de un 60% de los usuarios reconocen hacer un uso de la tableta por motivos personales, frente al 37% que lo usa en el ámbito laboral.
Cinco años no es mucho, y todavía queda un amplio recorrido para saber cómo se consolidan las tabletas en nuestras vidas. Parece evidente que en el terreno del ocio es donde se ha implantado con mayor rapidez. En el ámbito docente, sin embargo, está costando más. No obstante, ya empiezan a verse interesantísimas experiencias de centros educativos que, gracias a la tableta cambian su metodología y les ayuda a trabajar contenidos de manera efectiva.

Las tabletas se nutren de aplicaciones. Como se indica en la página de inicio de eduapps.es, existen más de 80.000 aplicaciones educativas. Por lo tanto, cualquier intento de abarcarlas todas parece absurdo. Existe una app para cualquier tarea que desee realizar tanto el docente como el alumno. Por lo tanto, a la hora de clasificar las app, más importante que conocerlas todas (cosa que, con tanta oferta, ya vemos que resultará imposible), es seguir una pauta para organizarlas. Determinando un criterio para clasificar las app, tendremos claro qué hacer con ellas. Posteriormente, lo mismo dará que se use una u otra app para tomar notas, crear cuestionarios o buscar información. Lo importante es la acción que deseamos hacer y no la herramienta.

Es habitual encontrar clasificaciones de app educativas a partir de las materias para las que sirven. Aquí, por ejemplo, puedes ver una interesante clasificación creada por el centro Sagrada Familia de Elda, que lleva varios años utilizando iPads en sus aulas con bastante acierto. Pero es posible que la materia que desees trabajar no se encuentre en las clasificaciones más habituales. Además, por su propia filosofía, una misma app va a poder utilizarse para practicar diferentes materias. Para solventar este problema, una buena manera de clasificar las aplicaciones es a partir de los seis niveles de la Taxonomía de Bloom.

Benjamin Bloom fue un psicólogo dela educación estadounidense que destacó por clasificar en niveles los diferentes objetivos que se pueden alcanzar en el proceso educativo. Se estructuran de menos a más complejos y se recomienda ir de lo más general a lo más concreto, siguiendo esta jerarquía. Para avanzar en el aprendizaje deberemos partir de los primeros niveles y avanzar hacia los superiores. La taxonomía original (de 1956), organizó los objetivos en seis categorías enunciadas con los siguientes sustantivos.
  1. Conocimiento.
  2.  Comprensión.
  3. Aplicación.
  4. Análisis.
  5. Síntesis.
  6. Evaluación.

En 2001, un grupo de discípulos de Bloom revisaron la taxonomía original, variaron mínimamente la organización y cambiaron los sustantivos originales por verbos en infinitivo (ya que actualmente consideramos que los objetivos de aprendizaje han de ser acciones, y por eso en nuestras programaciones didácticas usamos infinitivos a la hora de enunciarlos). La organización quedó así:
  1. Recordar.
  2. Comprender.
  3. Aplicar.
  4. Analizar.
  5. Evaluar.
  6. Crear.

No es lo mismo desarrollar un proceso de enseñanza y aprendizaje con el mero objetivo de hacer recordar al alumno que pretender que, además, comprenda. Si consigue aplicar, habrá adquirido mejor los contenidos. Y más complejo aún será si lo que buscamos es que analice. Y más aún si ha de evaluar. Y más, si ha de crear.
Como hemos visto, existen infinidad de aplicaciones para el uso educativo de tabletas. Y, obviamente, existen aplicaciones para realizar cualquiera de las acciones que propone la taxonomía de Bloom. Si decidimos organizar las app en bloques siguiendo esta estructura vamos a garantizar que seguimos un procso lógico y hacemos un uso adecuado de ellas. Aprovechando la taxonomía de Bloom, vamos a aprovechar las TIC de manera racional.




miércoles, 17 de diciembre de 2014

La dictadura de las editoriales



Este mes he comenzado a impartir un curso sobre el uso de tabletas en el aula de infantil y primaria. Es emocionante ver cómo algunos centros integran estos dispositivos en su labor docente. Algunos de ellos amparados por una importante partida presupuestaria y usando tabletas de última generación costeadas por sus adineradas familias. Pero también los hay públicos que están haciendo una labor excelente. Es el caso del CEIP Virgen de los Desamparados de la pedanía de Orihuela, en donde estoy desarrollando mi curso y en donde el empeño de su equipo docente ha conseguido que desde hace un par de años se estén integrando las tabletas de manera lo más natural posible, usando el modelo BYOD.
Muchas son las razones que aconsejan comenzar a usar tabletas en las escuelas. Esta misma mañana, mientras llevaba a las nenas al cole he evidenciado una de ellas. Mis hijas, por suerte, todavía van a infantil. Y digo "por suerte" porque al pasar por el patio, este es el aspecto que tenía la fila de una clase de quinto.

Me ha impresionado ver a los niños de quinto, todos con esas maletas, que no pasarían el filtro de equipaje de mano en Ryanair, repletas de libros de texto. ¿Qué será eso tan importante y tan extenso que deben aprenderse los niños de texto que ocupa tanto espacio? Desde luego, el peso y el espacio es una de las razones que aconsejan el abandono del libro de texto tradicional y el uso de materiales digitales. Pero no es el único argumento, y me atrevería a decir que ni siquiera es el más importante. La principal razón por la que los docentes debemos valernos de la tecnología en nuestras clases es para acompañar un cambio metodológico necesario para el alumnado. La distribución espacial, la estructura de nuestras aulas, las exigencias a nuestros alumnos y alumnas estaban plenamente justificadas en el siglo XVIII, cuando la revolución industrial introdujo una nueva realidad en la sociedad. Pero hoy en día aquél modelo está obsoleto y contexto parece indicar que las necesidades de la sociedad han cambiado. Debemos ser capaces, pues, de cambiar la metodología para facilitar a los niños y niñas el acceso a redes de aprendizaje, creando proyectos propios, dándole la vuelta a las clases, o como mejor nos vayamos a sentir. Y para ello, las tecnologías son un buen compañero de viaje.


Foto de cabecera: "Schulknabe mit iPad, after Albert Anker" de Mike Licht

martes, 18 de noviembre de 2014

La ventana de Johari en la identidad digital


Según se lee en la prensa local del pasado 5 de abril, un entrañable anciano paseaba por el centro de Berkeley, en Estados Unidos, cuando, al cruzar el paso de peatones de la confluencia de la calle Bancroft con la calle Sacramento, fue atropellado violentamente por un coche. Aunque tras el accidente, el hombre estaba consciente, falleció a las seis horas por las heridas producidas. Tan sólo un par de días antes había cumplido 98 años.
Rastreando la red en busca de información, encontré la noticia en varios medios de que el anciano entrañable atropellado era Joseph Luft, un reconocido psicólogo local. Aunque este suceso pasó totalmente desapercibido en los medios, este psicólogo ha sido importante para mi trabajo, y ahora os explico por qué.
Luft, junto a su compañero Harry Ingham diseñó en la década de los cincuenta del pasado siglo una conocida técnica para determinar el grado de comunicación interpersonal de las personas. La llamaron “la ventana de Johari” (a partir de las primeras letras de sus nombres) y en la actualidad es una socorrida técnica para los animadores socioculturales, que la usan para hacer consciente a los participantes en una dinámica concreta de su situación dentro de un grupo. En definitiva, la técnica se utiliza por profesionales para mostrar la interacción entre dos fuentes de emisión: una persona concreta y los demás. Conociendo esta interacción, se pretende mejorar la comunicación interpersonal.
Para desarrollar la técnica de Luft e Ingham, se ha de crear una tabla con cuatro celdas. Como se ve en el gráfico, en el eje horizontal se indican las características que la persona conoce o desconoce. En el eje vertical,  se indica lo que los demás saben o desconocen de la persona objetivo de la técnica. Las cuatro celdas contienen los siguientes datos:
  1. Área libre: incluye los datos conocidos por la persona y por los que le rodean. Es un área que se caracteriza por el intercambio libre y abierto de informaciones entre el yo y los demás. En ella, el comportamiento es público y accesible a todos.
  2. Área ciega: contiene informaciones que la persona desconoce sobre sí misma pero que son conocidas por los demás. Es lo que los otros saben sobre nosotros mismos y que no nos lo dicen.
  3. Área oculta: contiene informaciones que uno mismo sabe respecto de sí pero que lo oculta al resto. La persona teme que si hace públicas estas informaciones se pueda ver alterado su estatus en el grupo.
  4. Área desconocida: son los factores de nuestra personalidad de los que no somos conscientes y que también son desconocidos para los que nos rodean. Se trata de recursos aún por descubrir de los que no somos conscientes y que tampoco sospechan nuestros contactos.


Hasta aquí la descripción de la técnica que tantas veces he trabajado con mis alumnos de TASOC. Pero le daremos una vuelta a la ventana de Johari.
Hoy en día, gran parte de nuestras interrelaciones personales las realizamos a través de las redes sociales. Éstas nos facilitan la relación con nuestros contactos y aumentan las posibilidades de que crezca el tamaño de nuestra red personal. ¿Y si aplicamos la ventana de Johari para conocer nuestro comportamiento en internet? Aunque el pobre Joseph Luft y su compañero Harry Ingham no crearon su técnica para este objetivo específico, se me ocurre que resulta muy interesante usarla para analizar la identidad digital de una persona y sus interrelaciones en la red. Esta nueva “ventana digital de Johari” incluiría los siguientes datos: 
El área abierta contiene los datos que se comparten de forma pública y accesible a todos los contactos. Serían datos del tipo de la biografía de twitter o el perfil de Linkedin.
En el área ciega se recogen datos que la persona desconoce pero que sus contactos sí saben. En la red hay numerosos ejemplos de datos personales que pasan desapercibidos para los propios usuarios pero que sin embargo son conocidos por sus contactos. En numerosas ocasiones el usuario no es consciente del papel que está jugando en la red y si no recibe el feedback adecuado, seguirá sin saberlo.
Hay cuestiones de mi actividad que voluntariamente decido ocultar porque no me interesa que se sepa. Si accedo a escondidas a juegos online o visito webs que no deseo que se conozcan, dejaré un rastro que lo situaremos en el área oculta.
Y por último hay una parte desconocida de nuestra actividad en la red, que sería todo lo que tiene que ver con lo que aún no hemos publicado y los efectos que pueda ocasionar. Es un área aún por explorar dentro de la actividad de cada uno y que la ubicamos en el área desconocida.
La ventana de Johari sirve para tomar conciencia de quienes somos. Tal y como indican los técnicos que hacen uso de este esquema, el área libre va aumentando de tamaño en la medida en que crece el nivel de confianza entre el participante y su grupo; y también en la medida en que se comparten más informaciones (en especial las de carácter personal). Si aplicamos el esquema a la identidad digital de un individuo, ocurre exactamente lo mismo: encontramos que las informaciones contenidas en cada celda no son estáticas, sino que van moviéndose según evolucionan las personas en la red. En definitiva, cuanto más grande sea el área abierta (y por tanto más pequeñas se vayan haciendo las otras tres áreas), más transparentes seremos. Y la transparencia es un valor fundamental en la gestión de nuestra identidad digital.

jueves, 30 de octubre de 2014

Identifícate: el impacto de las redes sociales en la construcción de la identidad digital

El pasado martes fui invitado por el CEFIRE de Orihuela a participar en las Jornadas "Integrar las redes sociales en educación: riesgos y posibilidades" para hablar de la gestión que nuestros alumnos hacen de su identidad digital.
Como se puede ver en la presentación, organicé los contenidos en cinco apartados: en primer lugar hablé del concepto de identidad, para explicar cómo afecta lo digital a dicho concepto. Luego hablé de la gestión que hacen los jóvenes de su identidad y presenté algunos ejemplos de mal uso de las redes sociales que afectan negativamente. El quinto apartado de la charla giró en torno a consejos de buenas prácticas para una correcta gestión de la identidad digital, dirigidos a docentes y alumnos.